Friday, June 09, 2006

Ma reine II

El camino a casa era extenso porque estaba lloviendo.

No era el aguacero que te mojaba hasta los huesos, que hacía áspera la visión, que obligaba a la gente a resguardarse debajo de un tejado y esperar a que aminore el milagro.

Tampoco era una tormenta, como las que quizás habían inspirado en sus épocas a Bodelaire, Rimbaud. Las tormentas que cortan el cielo con sus luces, con sus relámpagos.

No, señores: era una simple llovizna absurda. Esas que no mojan pero empapan. Esas que dan en los ojos y nos exigen entrecerrarlos. Odio esas lloviznas. Ni siquiera encuentro un motivo en ellas para poder escribir, pintar. No hallo ánimos de escuchar música, pues su leve sonido apaga las suaves notas de la música clásica.

Miré el cielo, y estaba teñido de un color grisáceo, casi blanco. Lo miré con en entrecejo plegado, entornando mis ojos, a los que no les gustaba recibir esa luz. Me sentí enojado, sin ánimos. Quise correr hacia el puente que estaba a no más de dos cuadras de allí y arrojarme por la borda. Dejar todo lo que tenía hasta ahora para así llenar este vacío que tenía en mí, con aquel sueño al que llamamos muerte.

Pero soy un cobarde, y si hubiese estado narcotizado en ese instante lo hubiese hecho; pues mis píldoras me dan valentía, me dan inteligencia, y se que lo único inteligente que puedo hacer con mi vida es terminar con ella. Para el bien de mis amigos.

Sí, soy una persona bipolar. Inclusive me encanta herir los sentimientos de las personas que me rodean. Ver sus caras cuando mis respuestas son tajantes.

Ver la cara de Tsuki, mi amante, cuando me apresuro por acabar y no dejarla hacer ni una mueca de placer en el acto sexual. Porque no es más que eso con ella, es sexo. Escucho sus “te amo”, me deleito con sus jadeos; pero para mi persona no es más que libídine. Unir mis genitales con los de ella, abrazar su cuerpo pequeño de muñeca, y nada más.

No sé qué encuentro de placentero en eso, tal vez el hecho de que tengo poder sobre su persona, o sobre mis amigos. Saber que me temen. Entender que dependen de mí para decidir algo. “¡Allí viene él, el gran Tsuyu Hare!” y todos obviamente deberían inclinarse ante mí.

Pero ya no creo poder seguir conservando esta farsa. No soy ni la mitad de lo que ellos creen, y es tan divertido. ¿Me odiarán cuando se enteren que esto es todo una comedia?

Llegué a mi casa empapado como de costumbre. Nunca, en mis veinte años de vida, sentí algo de placer en esa llovizna.

Observé mi reflejo en el cristal empañado de la puerta de mi edificio. Un joven de piel pálida, rubio, de rasgados ojos verdes, me devolvió la mirada. Acomodé mi flequillo nuevamente, observé mi boca, el frío había puesto rojos a mis labios.

Ingresé a mi apartamento, encendí las luces, Ichi y Nii, mis gatos, vinieron a recibirme, esquivando mis pesados pies, pero a la vez enredándose en mis pantorrillas. Activé el contestador automático: no había mensajes. Me pareció extraño pues mi delivery de sexo siempre poseía una excusa para llamarme. La imaginación de las mujeres a veces era bestial.

Me dirigí a la heladera y bebí un sorbo de leche del cartón. Luego me eché en el sillón para alienarme con la T.V.

Mientras cambiaba de canal, mi cerebro repetía: nada, nada, nada. No había cosa interesante alguna en la televisión. Bromas a costa de otros, programas morbosos, preguntas y respuestas. ¿Sería posible que cada vez menos cosas me promuevan sentimientos? O tal vez el mundo exterior estaba mal, y yo no. Eso mismo. Los demás debían estar mal, pésimamente mal.

Mis ojos fueron cerrándose a medida que la televisión hablaba sola, llenaba el espacio vacío que habían dejado mis padres cuando me alquilaron este departamento.

La lluvia afuera crepitaba contra el cristal. El control remoto cayó de mis manos y su cabeza sobre el hombro.

Pero el teléfono sonó, haciéndome recobrar la compostura. Eran las 20:00 PM.

-Dialogue –murmuré al teléfono.