Monday, June 05, 2006

Ma Reine

Ma reine

De repente las calles ya no eran las mismas. Todo, todo parecía seguir una onda de letargo, de relajo, y hasta casi podía decirse que se movían al compás de una marcha fúnebre. Mas los colores eran disímiles, eran brillantes, alegres, hasta podía decirse que seguían una corriente Pop. Contrastaban totalmente con el movimiento de las cosas.

Pero sin embargo mi estado de ánimo proseguía con el movimiento de los objetos. Escucho lo que me dicen, pero no entiendo, los labios de mi compañero de estudio se mueven, sin embargo no le capto, es como si me hubieran embutido en una cámara lenta. No. La mejor manera de explicar esta sensación de letargo sería el movimiento que hacen las algas debajo del agua, o el nado de una medusa. La voz en este momento es lo más aborrecido. Ese sonido grave, prolongado. Es fastidioso.

Intento focalizar mis ojos en la lectura, pero las letras se superponen, se apilan, inclusive parecen bailar, o salirse del texto como que observa una de esas figuras en los libros de los niños, esas figuras en tres dimensiones. O a veces parece que se congregan y forman un nuevo dibujo, muy gestaltiano, por cierto; sin embargo no me produce el mismo placer que me da encontrar una vieja en el mismo lugar que, hasta hacía un momento, mi mente había situado la figura de una joven de perfil.

Las letras me dan nauseas, al igual que cuando leo en el tren, quiero dejar de verlas, pero me seducen. Paso una mano por mis lacios cabellos rubios, acomodando el mechón que cae sobre mi frente. Y cuando parece que mi esternón va a estallar, y que por mi boca saldrá todo el abundante almuerzo que he ingerido recientemente, todo vuelve a la normalidad, entonces puedo focalizar mis pensamientos en un punto. Ilustrarme. Ser el mejor.

-¿Estás bien?

La voz de mi compañero de estudio llega a mi con algo de eco. Giro hacia él, y todo había vuelto a la normalidad.

-Te dije que esa droga no era buena, y nunca me haces caso.

No le contesto nada, guardo las píldoras color rosa en el bolsillo derecho de mi saco y vuelvo a la lectura.

-Nunca me escuchas –reprochó él -. Esas drogas terminarán matándote, y está empíricamente comprobado que son solo placebos, anfetaminas. Tu capacidad está dentro tuyo, no necesitas consumir nada de eso.

- Hyô –dije, cortante -. Cállate.

Continué mi lectura. Las palabras eran asimiladas con una velocidad increíble. Terriblemente increíble. Me sorprendía a mí mismo la manera en que mi cerebro devoraba las letras, inclusive tenía tiempo para relacionar los paradigmas diferentes que se planteaban en mi razón.

Todo gracias a mis Jôbu-na. Mis píldoras. Mi valentía y vigor resumidos en un centímetro. ¿Qué contenían? ¿Cafeína? ¿Heroína? ¡Pero a quién le importaba!

Cerré el libro y disponiéndome a marchar.

-¿Te vas? –me preguntó Hyô -. Ni siquiera hemos leído la primera unidad de Psicofilosofía.

-Tu no –contesté, saludando con una mano y caminando hacia la salida de la biblioteca, dejando a Hyô solo.