Sunday, June 25, 2006

Jardín Secreto

Sus ojos yacían cerrados, como siempre, relajados. Cada músculo de su cuerpo era minúsculamente perceptible. Sus manos, entrelazadas, caían sobre su regazo.

Sentía como la energía fluía por su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Llegaba un momento que esa energía parecía un río corriendo ferozmente dentro suyo.

Estaba tan lejos de esta realidad. Casi no estaba en este mundo. La meditación lo ayudaba a desconectarse de la situación y viajar. Y si él quería no volver, no lo haría.

Pero no estaba ahí para eso. Estaba para proteger a su Diosa. Aunque en ese momento su mente distaba mucho de sus responsabilidades. Su mente viajaba por un jardín de flores silvestres de muchos colores, paisajes que nadie nunca vería, que eran producto de su imaginación.

Éste joven (que se decía que era el más cercano a los Dioses por su habilidad de viajar al mundo de los muertos a su antojo) portaba el pelo rubio blanquecino, liso como la lluvia que cae en verano. No llevaba la armadura, pues no eran épocas de guerra, portaba una túnica pesada, color vino, que rozaba el piso por unos centímetros. El joven estaba levitando.

Su piel olía a sándalos, toda la habitación lo hacía, mejor dicho. Había pétalos de cerezo regados por casi todo el suelo. No había ruidos en esa habitación.

Nada interrumpía la paz de la casa de Virgo. Nada interrumpía los pensamientos profundos de Shaka, pues nadie sabía donde se encontraban en ese momento.

Todo menos esa presencia cálida, pero inquietante, rondando en su jardín de Salas gemelos. Apenas la sentía, pero molestaba, y, para que él pueda advertirla en ese estado de vanidad, se debía tratar de algo muy poderoso que le provocaba interferencia en su viaje astral.

Obligado a abrir sus ojos, Shaka se puso de pie, echando su túnica de lado. Sus pies descalzos apenas hacían ruido mientras caminaba hacia la puerta de su jardín. Sus brazaletes de tobillo tintineaban mientras se acercaba.

Empujó la pesada puerta y penetró en su edén. La noche cubría el cielo con su manto de estrellas. La Luna brillaba justo en el medio de los dos árboles, los cuales despedían pétalos de cerezo constantemente. El aroma dulce y agradable se sentía con cada brisa que acariciaba los cabellos de Shaka de Virgo.

- Sé que estás ahí, y sabes que lo sé, entonces, ¿por qué te escondes? –preguntó el caballero, con voz suave.

Divisó la figura entre los dos árboles, de pie. Vestía una túnica larga, se suponía blanca, aunque no estaba muy seguro.

- Eres poderoso... sin embargo no me hablas... –susurró Shaka, mientras se acercaba decididamente a la figura.

Pero sus pasos se detuvieron en seco, su respiración se cortó por un instante. Era una mujer, pero no cualquiera. Sus cabellos eran celestes, ondulados, su cuerpo era blanco como el más pulido marfil del universo, mientras que su abdomen se tersaba en un color más cremoso que el resto del cuerpo, al igual que su generosa frente. Sus senos se erguían, reinando sobre el resto de su torso. Sus hombros tirantes, con níveos brazos. Las manos terminaban en largos y delgados dedos. Su cuello hubiese sido la apetencia de cualquier emperador egipcio. Sin olvidar su breve cintura.

La túnica que la vestía era blanca, transparente, que dejaba ver la mayoría de sus formas.

En cuanto al poder que emanaba... parecía que las estrellas brillaban por esa energía, y no por mandato del mismísimo Zeus... aunque, podría ser que estuviese frente a...

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